LAS TERMAS DE RÍO HONDO, (De nuestro enviado especial, Carlos Werner).- Vamos por partes: se sabía que venir a Las Termas en días de Moto GP era una invitación a entrar en una vorágine de hechos, sucesos, imágenes y experiencias de lo más variadas. De hecho, gusten o no las motos, la cuestión pasa por tener todos los sentidos en alerta.
Desde un día antes del comienzo de los acontecimientos, comenzó a notarse lo de los vaticinios. Y en las noches del jueves y de ayer, todo se consumó tal cual se preveía. Ya se puede decir que, ante esta aventura internacional, y más allá que la parte diurna tiene sus cosas, las nochecitas de Las Termas tienen ese no sé qué. Y al menos hasta mañana (un día más quizás, según algunos visitantes), la escena continuará sin grandes cambios.
Sin dudas, la zona de la plaza del Casino es la que concentró la curiosidad nocturna de los fanáticos y la vanidad de los que vinieron desde distintas latitudes a ver el espectáculo. Obviamente, la mayoría llegó en máquinas de alta cilindrada, impecablemente presentadas, vestidos para la ocasión, con una sonrisa de Gardel y el pecho inflado de satisfacción. Y cuando a alguno se le ocurre encender motor, a disfrutar señores de esa “música” intimidante y llamadora; pero si no se está en actitud de espectador y se pretende descansar, no queda otra que sufrir con las aceleraciones, los gritos de júbilo, la música en alto volumen...
Desde anoche, se sumó a la línea de entretenimientos masivos el Fun Zone, con sus espectáculos artísticos, sus exhibiciones de deportes tales como skate, freestyle y bmx, sus puestos de venta de merchandising, su música cual salamanca moderna, sus paseos y sus promotoras...
Claro, todo en un contexto donde buena parte de los negocios céntricos de gastronomía tienen “pulpos” que los atienden, ya llevando platos de cabrito, ya apurando humitas y tamales, o alcanzando una (pizza) grande de muzzarella. De precios, mejor hablar en otra nota. Pero va un adelanto: empanadas de entre $ 10 y $ 12, ¡cada una!
Pero también están los vendores de canastos; el trencito que lleva turistas a la costanera del lago; el personal de limpieza del municipio (escoba, pala y carretilla a mano); las chicas tarjeteras invitando a los boliches e infartando con sus modelitos entallados al cuerpo; los musiqueros callejeros tocando a Bach o al “Chaqueño” Palavecino; los panfleteros invitando a degustar exquisiteces en lugares improvisados; los lugareños devenidos en operadores inmobiliarios tratando de lograr un alquiler de último momento; algún que otro perro callejero; carros tirados por caballos apareciendo en lugares insólitos.
En definitiva, una innumerable cantidad de personas y personajes, de postales e imágenes, en una ciudad limpia, pero llena de contrastes; con calles difíciles de transitar, ya sea por su estado o porque se estaciona en ambos lados; con su parsimonia de siempre apenas se sale algunas cuadras del centro; su aspecto moderno en dirección al autódromo.
Eso sí, como siempre ocurre cuando de ser anfitrión se trata, con gente con el corazón más grande de lo común.